Cuando aquel jueves 7 de junio la vorágine revolucionaria de 1810 lo gestó como herramienta, el periodismo argentino iniciaba una ya bicentenaria historia de próceres y réprobos, nombres famosos o desconocidos, artesanales o de sofisticada escuela.

Hace 215 años La Gazeta de Buenos Ayres marcaba un punto de inicio en que, como suele ocurrir en tales estadios, los protagonistas eran al mismo tiempo narradores y narrados. Los letrados Mariano Moreno, Juan José Castelli y Manuel Belgrano producían el corpus teórico y legislativo que comunicaban al joven Pueblo de la Patria.

Nacido de ese modo junto al propio país, el periodismo argentino siguió una historia que lo colocó como frecuente contrapeso del poder y, hacia el sesquicentenario de la Revolución y su Gazeta, encontró en Rodolfo Walsh un arquetipo que sintetizó a las generaciones previas, representó a la suya y se constituyó en una referencia para las posteriores.  

Walsh fue un periodista parido por su propia praxis, que recorrió las estaciones del compromiso guiado por sus hallazgos en el más terrestre de sus oficios. La Carta Abierta que en marzo de 1977 dirigió a la dictadura aparece como una síntesis de maestría narrativa, anclaje en datos duros, valentía de denuncia y circulación artesanal. Un pregón secreto, el boca a boca sotto voce y por escrito, la instrumental Gazeta por otros medios.

Desde luego, la historia del periodismo criollo no se escribe sólo con los caracteres de unos pocos nombres ilustres y de orden nacional. Por el contrario, está poblada de apellidos desconocidos fuera su rincón en el amplio territorio. Sea para denunciar una masacre de madrugada en un basural o para reclamar por la falta de un pediatra en un punto perdido de la Patria, el oficio puede transformarse y cambiar de soporte, pero continúa siendo imprescindible. Es difícil imaginar su reemplazo por máquinas o algoritmos.

La relación entre el periodismo y nuestro mundo universitario late a diario, en réplicas tectónicas de la acción de aquellos graduados inquietos de 1820.

Algunas universidades forman periodistas o comunicadores, la mayoría o todas requieren de sus servicios para la difusión institucional, o incluso cuentan con medios generalistas propios. Ambas esferas aportan a la formación de masa crítica y buenas prácticas en el oficio y a la apertura de los claustros a la comunidad de la que forman parte, a veces en forma peninsular.

Si ambas facetas universitarias se dan por descontadas, una tercera permanece en la trastienda de lo ausente: tanto la agenda pública como la publicada no dan a los insumos generados en el sistema universitario estatal una utilización proporcional a su valor y cuantía.

La tarea de los repositorios académicos y las editoriales universitarias es nodal en este punto, aunque para cobrar eficacia dependen de la atención periodística externa, que ponga en valor aquellos elementos nutrientes de los debates o radiografías en torno al escenario histórico y colectivo.

En ese plano, los datos recogidos y conceptos pensados en gabinetes y laboratorios aguardan –con excepciones, que las hay y sostienen el oficio- por un procesamiento y una valoración periodística que las acerque al público y, con eso, enriquezca el punto de partida.

 

Diego Kenis
Trabajador Nodocente y periodista. Se desempeña en la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Universidad Nacional del Sur